jueves, 20 de septiembre de 2007

estudiando la mirada de mis brujas

1. La del elegante y ajado vestido de noche

Fui colocando una a una mis brujas en una estantería según las iba adquiriendo, unas procedían de regalos de gente muy especial, otras las compré yo influenciada por el embrujo que despedían ; el caso es que poco a poco fui consiguiendo una buena colección de “brujitas de la suerte”, nombre inocente con el que estaban a la venta en las tiendas en las que las compré. Las coloqué de forma aleatoria, pero a juego con mis gustos.
Cada una de ellas colocada en su lugar parecía representar un papel asignado dentro de mi decoración, con gatos negros, con bola de cristal, cociendo pócimas en una inmensa perola o proclamando conjuros, cada una a lo suyo, pero con sus ojos penetrantes me dicen algo que me parece una invitación a ser una de ellas, algo que, por otra parte, he deseado toda mi vida.
Persigo algo así como un cierto afán de cambiar el mundo por un lugar más bello, tener a mis pies aquello que no tengo, adivinar detrás de cada palabra todo lo que esconde, escrutar en cada mirada todo aquello que no deja ver, hacer pagar a los malos todas sus fechorías… “yo de mayor quiero ser bruja” todavía a mis treinta y tantos sigo diciendo cada vez que alguien aborda el tema; y es cierto, de pequeña cuando leía cuentos no siempre era el príncipe el personaje que más me llamaba la atención, el príncipe siempre guapo y apuesto además de la condición social que prometía, casi siempre era algo pánfilo y descafeinado. Y la princesa siempre la más tonta del cuento y a la que le pasaban mil y una perrerías, yo tenía muy claro que mi personaje favorito era la bruja; siempre tenía en sus manos la posibilidad de cambiar el rumbo de la historia aunque casi siempre al final del cuento saliera mal parada.
Seguí soñando, ¿soñando? con ellas y cuando abrí los ojos y las miré, seguían recitando el personaje para el que habían sido entrenadas, decorar, pero adentrándome un poco más en el destello de su mirada pude comprender que fingían; no eran tan inocentes como parecía en su papel de adornos, en el fondo ocultaban algo, algo que yo estaba dispuesta a descubrir.
Me quedé mirando a una de ellas, la que más me gusta, la que a su lado tiene un gato y está sentada en un taburete remendando un elegante y ajado vestido de noche, mientras a su espalda una olla expele un espeso humo resultante de la cocción de unos rabos de lagartija, ojos de culebra sangre de ratón y unos pocos ingredientes más. Sus ojos verdes penetraron en mis ojos verdes, y asustada por mis pensamientos me levanté de la cama y en ese preciso instante camino de la ventana que da al jardín me tropecé con el espejo del tocador donde pude ver mi rostro; con la cara de dormir y una expresión de miedo en ella, los cabellos revueltos, no solo no tenía ningún atractivo, sino que me parecí a ella, todavía no tengo la verruga, es un lunar incipiente, pero nos parecemos.


2. La de la escoba y sonrisa burlona


Por todas partes oía sus risas escandalosas, distintas carcajadas que me hicieron estremecer. Sin embargo, yo las miraba y todas ellas estaban como siempre, el rictus de sus caras no se había movido lo más mínimo, y hasta el cerco de polvo en la madera seguía en el mismo lugar.
Era imposible que se hubieran cambiado de sitio y se volvieran a colocar en su lugar inicial; cada una de ellas seguía haciendo su trabajo, como siempre, eran inmóviles figuras de cerámica que de forma continua e inanimada decoraban un rincón de mi casa, simples objetos de adorno a los que mi subconsciente se había empeñado en dar vida.
Al cabo de un rato de mirarlas ya me convencí que no se movían y aquella que se parecía a mí la miré mejor y pude comprobar que no, todo había sido producto de mi imaginación. Me volví a tapar, adopté mi postura favorita y apagué la luz tratando de dormir un rato más; la pantalla de mi despertador mostraba en números rojos las cinco de la mañana y todavía me quedaban tres horas de sueño, así que trataría de dormir y despejar de mi mente aquella pesadilla.
Algo me hizo abrir los ojos y vi una bruja revoloteando en su escoba por encima de mi cabeza; me estremecí al ver que uno de sus dientes emitía un destello luminoso que nunca antes había visto. Es una que me regaló Laura y me gusta mucho. La bruja se aferraba fuertemente a su escoba para no caerse y su sonrisa burlona parecía decirme algo. Encendí de nuevo la luz para cerciorarme de que todo eran imaginaciones mías y, en efecto, vi que la posición de la bruja era la de siempre: suspendida de la lámpara y montada sobre su escoba; el destello era inexistente. Podían ser las estrellas doradas adheridas a su capa lo que brillaba en la oscuridad.
Me quedé pensando en la cantidad de brujas que hay disfrazadas de princesas y me dormí haciendo inventario de las famosas y guapas, y de otro grupo que sin ser tan famosas ni tan guapas están más al alcance de mi vista, aquellas hipócritas que te engañan haciéndote creer que les importas algo; esas que todos estamos pensando en alguna.
Me volví a adentrar en el oscuro mundo de mis brujas, enredadas en sus quehaceres cotidianos disimulando una perversa intención: una vez entregada a los brazos de Morfeo intentaban llevarme con ellas e integrarme en su grupo privándome para siempre de mi rutinaria vida, para lo que poco a poco me iban iniciando en sus ritos a través del sueño. Ya no me hacía tanta ilusión ser bruja.

3. La bruja sentada en el tejado rojo


Al levantarme por la mañana lo primero que hice fue coger una caja y meter en su interior todas mis brujas, ya no me gustaba tenerlas cerca, pero sobre todo no me gustaba que me observaran mientras dormía; quería evitar que pudieran penetrar en mi subconsciente sin poder defenderme y así poder dormir a pierna suelta todas las noches. Una de ellas – la que me regaló Inma - se me quedó mirando y enseñándome los dientes; la que está sentada encima de un tejado rojo en compañía de dos búhos y un gato, lleva un escotado vestido malva y un gran gorro negro. Fui a pasar la tarde a casa de mi prima, le conté lo sucedido y me dio una infusión para relajarme. Al instante de tomarla noté como su efecto relajante se apoderaba de mi, fui para mi casa y me dormí.
Alrededor de mi cama cual cuatro angelitos tenía cuatro brujitas dispuestas a “velar mi sueño”, con mala cara y en actitud amenazante que me apuntaban con armas tales como: serpientes, lanzas terminadas en fuego, escobas afiladas como puñales y uñas que se clavaban en mi cara y amenazaban con sacarme los ojos. Intentaban que me fuera con ellas, pero, ¿adonde? Querían que atravesara el espejo y, ante mi asombro, pude pasar a través de él, una de ellas me guiaba el camino, un oscuro pasadizo lleno de telarañas y olor a humedad por el que me tenía que deslizar. Ya no tenía dudas, me llevaban con ellas al mundo de las sombras, al que iban cada noche al apagarse la luz y dejar de ser adornos.
Esta tarde, mi prima me había enviado al móvil un extraño mensaje relacionado con las brujas y el mal de ojo, al que no hice demasiado caso -ahora me daba cuenta- mi prima era una de ellas, la estaba viendo con mis propios ojos, me había dado algo con la infusión que me hizo dormir para apoderarse de mi voluntad. Me había engañado.
El camino por el laberinto era cada vez más largo, un túnel desembocaba a otro túnel. Mis brujitas cobraban vida a medida que el cortejo avanzaba, habían crecido, eran tan altas como yo y cada vez me daban más miedo. Solo quería despertarme y acabar con aquella pesadilla, sin embargo era todo tan real…
Llegamos por fín a una estancia muy grande donde había más brujas -de otras colecciones, supongo- parecía que se preparaban para un aquelarre que no había empezado todavía. Era una sala con asientos alrededor de una gigantesca bola de la que emanaba una luz cegadora. En la bola se reflejaba nuestro recorrido - y lo que me inquietó aún más- mi cama; me habían observado no se cuanto tiempo y yo no me había enterado de nada.
Mis temores eran cada vez mayores, no tenía la menor idea de lo que pensaban hacer conmigo pero un escalofrío recorrió mi cuerpo ante el miedo de lo que podía pasar.
No se con exactitud cuantas horas pasaron, porque me aburrí de presenciar conjuros y plegarias alrededor de una humeante olla de la que pretendían hacerme tomar una copa de un desagradable color verde y que desprendía un olor nauseabundo, con el fin de iniciarme en sus ceremonias decían. Yo traté de resistirme a tomar aquel brebaje, pero por sus miradas deduje que nada ni nadie me salvaría, de modo que decidí hacer como cuando de pequeña me hacían tomar uno de aquellos jarabes para la tos que me sabían a rayos y no saborear aquello, si no tragarlo deprisa y terminar de una vez.


4. La de la pluma y el pergamino

Cuando la más horrorosa de todas las brujas me estaba agarrando; en nuestro forcejeo por intentar zafarme de ella me sobresalté de tal manera que me desperté, me desperté en mi cama asustada y sudorosa. La historia se repetía como todos los días, miraba por todas partes y no notaba nada diferente en mi habitación, las brujas ya no estaban, todo estaba en orden, como lo había dejado yo. ¿Habría sido un sueño?, o era que las brujas lo habían preparado todo para que yo no le diera importancia pensando que lo había soñado, pero era todo tan real, hasta en el espejo se veía una mancha por el lugar que yo había entrado en el laberinto, estaba desconcertada de tal manera que no sabía si estaría volviéndome loca, lo que si sabía era que tenía que hacer algo rápidamente.
Al día siguiente al levantarme de la cama me tropecé con un envoltorio en la alfombra que despertó mis sospechas, lo miré, lo cogí y decidí llevárselo a mi amiga Isabel, que como trabaja en un laboratorio sabe de esas cosas, a que me dijera que eran aquellas diminutas partículas que habían quedado en el interior del envase. Si no estaba loca, que me imaginaba que no, todo aquello tenía que tener una explicación, y yo estaba dispuesta a encontrarla antes que se me cruzaran los cables todavía más.
Una llamada de Isabel me informó de que en el inocente envase había restos de LSD, y después de informarme un poco de sus efectos comprendí lo que me había pasado, me había tomado una de aquellas pastillas que mi compañera de piso guarda tan celosamente en un cajón y de las que hace mucho tiempo cuando se las ví y le exigí que tirara, me dijo haberse deshecho, aunque ahora puedo cerciorarme de que no fue así.
Fui inmediatamente al cuarto de Gema a mirar si por casualidad todavía tenía más y después de revolver todo lo que quise y de enfrentarme a ella a causa del asalto a su intimidad pude ver que guardaba algunas más, no se con que intención, pero allí estaban aquellas pastillas con dibujitos que habían sido la causa de mi locura.
Me puse a pensar en la forma en la que me pudo hacer tomar aquello sin que yo me diera cuenta, y no solo conseguí descifrar todos mis movimientos, es más, Gema en todo el día no estuvo en casa, no nos vimos, por lo tanto solo quedaban dos posibilidades: o yo misma tomé la pastilla de su cuarto, o una de mis inocentes brujas me la hizo tomar aprovechando un descuido de mi parte, por cierto una bruja que está sentada en un taburete con una pluma en la mano y escribiendo en un pergamino, tiene en el suelo a su lado una extraña cajita, y… ahora que me fijo mejor… se parece a Gema un montón, por cierto, ahora que lo pienso…esa me la regaló ella.

Fin