miércoles, 31 de diciembre de 2008

Otro 31 de diciembre más

Otro 31 de diciembre más y ya van… ¡Buf! Demasiados para recordarlos todos. Sin embargo cada fin de año suelo hacer inventario de los mejores momentos del año en curso mientras cocino algunos manjares con los que terminar el año. He tenido fines de año alegres, tristes, felices, me imagino que a todo el mundo le suceda igual. Llamadas telefónicas de amigos y familiares, SMS, cena, brindis y las uvas de la suerte serán los finales de año de la mayoría de los mortales. Nada distinto. En cada casa se repite la misma historia.
Si yo tuviera que elegir un acontecimiento de mi vida relacionado con un fin de año, no sabría decir. La cuestión es que cada fin de año me entra la nostalgia por el tiempo vivido y por las situaciones pasadas y no puedo evitar hacer un pequeño repaso de mi vida. Algo así como un rápido vistazo a mi diario mental, a la hemeroteca de mi vida cargada de años y situaciones de todo tipo.
Es el día de soñar, de pedir deseos para el año que empieza y de pedir un año “algo mejor que el que termina”; somos egoístas y siempre pedimos algo mejor, que vivamos mejor, que nos toque la lotería, que encontremos un amor, que seamos más felices, que mejoremos en el trabajo. Es el día de los deseos que, muchas veces sabemos de antemano que no se cumplirán pero año tras año seguimos pidiendo: “por no pedir… que no quede; ¿Y si la suerte se equivoca y me toca a mí? Con lo mal que lo he pasado… ya es hora de que me toque algo bueno”
Al final siempre terminamos diciendo lo mismo: “que no me ponga peor de lo que estoy” y nos conformamos con lo que nos toca vivir, sin embargo seguimos confiando en la suerte, en la magia de la Navidad para seguir soñando, para seguir escribiendo en nuestra imaginación el futuro que nos gustaría vivir. Intérpretes por un día de nuestros sueños. Las burbujas y la magia nos permiten terminar el día con un papel protagonista en el teatro de nuestra vida.

sábado, 27 de diciembre de 2008

El reto de gastar más

Imagen de lavidanopuedeesperar.cl
Lástima que esta historia sea ficticia pero tenga algo de real.


Erase una vez una ciudad en la que su forma de gobernar era fomentar el consumo en las épocas de crisis. Mientras en el resto de ciudades felicitaban la Navidad a sus vecinos con deseos del tipo “Navidades en familia”, “fechas entrañables”, “deporte y diversión para todos” o “el belén viviente del ayuntamiento felicitará la Navidad”; en Gastilandia no se les ocurrió otra forma para desear felices fiestas a sus vecinos que colocar en el periódico local un titular que incitaba al consumo compulsivo, al despilfarro: “El reto: gastar 6000 monedas en un sólo día”.
Los vecinos, asustados ante una idea tan descabellada, se preguntaban unos a otros el cometido de aquel comunicado oficial. Nadie sabía responder. Sólo Flor, la periodista fue capaz de aclarar el contenido de la noticia que había asustado a los habitantes de Gastilandia y había disparado su imaginación y hecho tambalearse su precaria situación económica debido a la crisis por la que atravesaba el país. Flor, acompañando al gobernador de la ciudad, convocó a todos los habitantes para contarles los pormenores de aquel desafío.
Los habitantes de Gastilandia se congregaron en la plaza del castillo para escuchar aquel disparate. Flor, que tenía más facilidad de palabra que el gobernador (el gobernador era algo corto de mente y escaso de lenguaje) expuso la situación en pocas palabras. “Nuestros comercios se están quedando sin clientes porque todos vamos a comprar a las grandes ciudades; para evitarlo se nos ha ocurrido que todos los ciudadanos tienen que gastar 6000 monedas como mínimo, en un día. A cambio recibirán una papeleta para un sorteo. El ganador de ese sorteo se llevará como premio un diploma al ciudadano ejemplar y una medalla de honor. Los comercios de la ciudad entregarán además un vale por un fin de semana con Papá Noel.”
La gente, encantada, comenzó a despilfarrar su dinero comprando regalos para todos sus conocidos y todo tipo de artículos que vendían en los comercios locales, para conseguir estar entre los compradores con las cifras de consumo más altas y tener más posibilidades de conseguir el premio. No pensaron en que sus cuentas bancarias se estaban quedando en números rojos, ya que debido a la crisis sus negocios fracasaban, sus ingresos eran cada vez menores y muchos de ellos se habían quedado sin trabajo.
No pensaron en la cuesta de enero ni en los meses venideros, sólo pensaban en aquel titular del periódico y en aquellos cartelones que incitaban al consumo sin pensar si se lo podían permitir o no. No pensaron en la auténtica esencia de la Navidad, creyeron que sólo serían felices adquiriendo productos innecesarios con el fin de conseguir el ansiado premio. Convirtieron así unas fiestas familiares en unas fiestas consumistas, con un fingido aspecto de aristocracia, con un estatus que no corresponde, con un nivel de vida que no se les adapta, con un estilo y un saber estar que no aprendieron en casa pero vieron en la tele.

domingo, 14 de diciembre de 2008

Fin de semana de "maruja"

Este fin de semana pensaba dedicarme a recorrer algunas carreteras de esas en las que no me suelo encontrar a ningún personaje “non grato”; hacer unos cuantos cientos de kilómetros por lugares de los que a mí me gustan; es decir: perderme por ahí, yo y yo misma a buscar inspiración lejos del mundanal ruido, lejos de los que te miran por encima del hombro o por debajo de la falda; lejos de aquellos a los que parece que les debes algún tipo de explicación porque siempre están pendientes de todo lo que te rodea; en una palabra: lejos.
Sin embargo, cuando el sábado acabé mi jornada laboral, allá a la una del mediodía, me dio por echar un vistazo a la página del instituto de meteorología alarmada por un compañero de trabajo y el miedo se empezó a apoderar de mí, al ver el porcentaje de probabilidades de nieve que se estimaban en aquel lugar al que yo me disponía a partir. Sólo se me ocurrió hacer una llamada para cancelar la reserva que había hecho con la debida antelación y posponer el soñado fin de semana para otra ocasión. En ese momento mis planes se rehicieron: tenía dos opciones: aburrirme o quedarme en casa a hacer de maruja.
Tanto me inspiré con el plumero y la fregona que se me pasó el fin de semana sin darme cuenta de que tenía abandonado el blog, como siempre. Ahora, cuando enciendo el ordenador para enterarme de cómo va el mundo bloguero, me doy cuenta de que podía haber dedicado menos tiempo a mis quehaceres de ama de casa y un poquito a mis musas; así que no se me ha ocurrido nada más que contaros mi fallido fin de semana por causa de la nieve. Y es que aquí, en León, es tan habitual la nieve, que no espera ni a que llegue navidad.

martes, 9 de diciembre de 2008

Mi libro “Atrapando versos”


Llevo muchos años viendo el mundillo de la literatura y la edición como algo que no estaba al alcance de cualquiera. Cientos de poemas, relatos, cuentos y algún que otro principio de novela corta que no llegó a pasar ni siquiera mi propia censura, terminó escondida en un archivo Word, en lo más recóndito de alguna carpeta y alojada en uno de aquellos primeros cedés que compré libres de canon. Algunos traspasaron las barreras de internet y se colaron en mi blog “El rincón de las historias”.
Nunca pensé en publicar aquellas tonterías en las que invertía algunos ratos libres hasta que dejé husmear en mis archivos a alguien que conocía los entresijos de este mundo tan complejo e interesante. La primera vez que publiqué algo, fue en el periódico local, animada por el entonces editor y así, poco a poco quité la vergüenza aquella de la primera vez. Seguí publicando mi columna de opinión irónica con bastante regularidad y al poco tiempo me propusieron participar con dos poesías temáticas en un libro colectivo, lo cual supuso mi puesta de largo en un lugar muy querido para mí.
Al año siguiente otro, y otro y otro más y así llevo unos cuatro años participando en la colección “Versos a Oliegos” entre los grandes; ya que en esas colecciones figuran nombres como Antonio Colinas, Eugenio de Nora o Tomás Álvarez. Después participé en concursos en alguno de los cuales he resultado ganadora, en otros finalista y en la mayoría una más, pero que todos ellos me han hecho “crecer” y quitar el miedo a contar historias.
Hoy, animada por una persona que me admira y que de esto sabe mucho, me he decidido a vencer el miedo y he sacado a la calle mi primer libro sola. “Atrapando versos” recopila mis primeras poesías en las que divago por muchas situaciones de la vida misma. Los sentimientos tienen un gran protagonismo, así como los sueños esos que ya de antemano sabemos que no se cumplirán pero hacen suspirar muy a menudo. Alguna que otra vivencia propia y mucha fantasía e imaginación recorren las casi cien páginas en las que dejo entrever algo de mí; no mucho.
Al ver mi libro en el taller, listo para sacar a la calle, me he sentido extraña pero feliz. He cumplido uno de los objetivos que acaricié toda mi vida: escribir un libro. Mi primer libro. Ahora que he roto el hielo y he superado el miedo a la primera vez, supongo que empezaré a desempolvar los rincones del ordenador donde se esconden otros muchos bocetos y trabajos que algún día me decidiré a compartir con el resto del mundo.

martes, 25 de noviembre de 2008

Voces de mujer

Quiero aportar mi granito de arena a esta causa, con una poesía que escribí con motivo de un día de la mujer. La presenté a un concurso y quedó finalista. Recientemente la he publicado en mi poemario "Atrapando Versos" y hoy quiero compartirla con todos vosotros. Al mismo tiempo, quiero hacer que mi voz llegue lejos, que llegue a todos los corazones de hombres maltratadores y evite cualquier tipo de violencia contra las mujeres. Hoy, en el día internacional contra la violencia de género, quiero dedicar estos versos a la causa. Ojalá que nunca más se repita y mis versos queden vacíos, sin sentido. En ese caso, habrá merecido la pena.

Voces de mujer

Son las voces de mujer
que nadie quiere escuchar,
que sienten sobre su piel
el odio y la enemistad.
Por parte de quienes quieren
por quienes todo lo dan
ellos las maltratan, las hieren
atentan su voluntad.
Esas mujeres obedientes
que solo saben callar,
que tienen con sus maridos
“obligación de respetar”
que hacen lo que ellos quieren
y sin poder protestar.
Tienen miedo, pero mienten
encubriendo a su agresor
hay algunas, son las menos
que hasta les dan la razón;
saben que si lo denuncian
la situación empeorará
y esconden entre sus sábanas
a aquél que las va a matar.
Hoy yo dedico mis versos
a las que más hay que ayudar.
Saber lo que están sufriendo
y ponerme en su lugar
viviendo con su asesino
que jura que no se repetirá.
Y cuando sale en el diario
su nombre en una esquela
¿la creerán así en el juzgado?
No, “se cayó por la escalera”...

Y ¿qué aprenden esos hijos
al ver a su padre actuar?
¿a imitarlos en el futuro?
Aprenden a maltratar.
Hay que educar a esos niños
que aprendan a respetar
que no intenten de mayores
abusar de su superioridad.
Que todos somos iguales
que nos tenemos que amar.
Que nadie es dueño de nadie
hay que hacérselo entender,
y acabar con este infierno
que las hace padecer,
quien dice que las quiere
que sobre ellas tiene el poder.
Hay que acabar de algún modo
con toda esta crueldad
si todos hacemos algo,
la situación mejorará.
Con solo escuchar sus quejas
con tenderles una mano
abriremos el camino
que ellas están esperando.
Que siempre en una mujer
hay que saber respetar
sus derechos, sus ideas
sus maneras de actuar.



jueves, 20 de noviembre de 2008

No a la pornografía infantil

Como en este blog lo que publico son relatos, he querido sumarme a esta iniciativa con esta pequeña aportación. Hace una semana publiqué en El Mirador "monstruos con apariencia humana"

Hay que erradicar esta lacra que azota a nuestra parte de la humanidad más indefensa: los niños. No podemos permitir que monstruos así sigan viviendo impunemente entre nosotros. Si con esta iniciativa podemos hacer algo, habrá merecido la pena.

Por nuestros niños, nuestro futuro

Juanmi llegó a casa y, tras mirar como sus hijos dormían plácidamente, dio un beso distraído a Clara y se retiró al cuarto donde tenían el ordenador. Cada noche, después de tomar el café en el bar de siempre, volvía a casa y sus movimientos eran idénticos. Abría el explorador y escribía las palabras con las que accedía a su lugar de perversión. Llegaba sediento de las imágenes infantiles con las que lograba saciar sus más bajos instintos. Clara estaba viendo una película y no lo molestaría.
Escribió “angels” y rápidamente el buscador lo llevó a otro lugar, no al que Juan esperaba. A continuación escribió “lolitas” "boylover", "preteens", "girllover", "childlover", "pedoboy", "boyboy", "fetishboy" "feet boy" y, como si de una conspiración contra él se tratara, comenzaron a salir ventanas emergentes con todos los blogs de una red que se había creado con el fin de acabar con la pornografía infantil. Juanmi maldijo aquel aparato y decidió buscar en su lista de favoritos. Sabía que allí no tendría ningún problema, sus amigos virtuales no podrían haberse aliado contra los internautas que pretendían darle su merecido.
Después de un intento fallido, probó otra opción y tampoco obtuvo el resultado que esperaba. Todo internet parecía haberse puesto en su contra. Parecía que se había instalado en el ordenador algo extraño: -un spyware- pensó, pero no le dio importancia. Siguió buscando, cada vez con más desesperación, sus fotos de niños para engrosar su colección. –El ordenador está raro- se dijo a sí mismo y salió a preguntarle a Clara si sabía algo.
-No, ya sabes que yo no te toco tu ordenador.
-Parece que tiene un virus o algo extraño.
-Pues llévalo mañana a que te lo miren.
-Imposible, me hace falta hoy para terminar el informe que me encargaron. No puedo esperar a mañana.
Salió de mal humor de la estancia y volvió a intentar entrar en aquellas páginas que le acababan de recomendar. Tecleó de nuevo las palabras en el buscador y siguió igual. Una maldición hizo que se fijara en una página que no había visto hasta entonces: era el blog de una persona muy preocupada con los derechos humanos, principalmente de los niños que mostraba al mundo entero y sobre todo a personas como Juanmi su repulsa hacia los que tan pocos escrúpulos tenían.
Este anónimo bloguero se preocupó de difundir por todo el mundo el cartel en contra de la pornografía infantil y las palabras con las que los pervertidos solían acceder al material fotográfico. Al mismo tiempo, mediante un sistema de espionaje, consiguió acceder a las direcciones IP de muchos de aquellos monstruos con apariencia humana que, cada noche se asomaban al balcón de internet con tan ruines intenciones. Así, con el spyware que se fue introduciendo en los equipos de los pedófilos, se fue informando a la policía y poco a poco fueron cayendo uno tras otro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Hoy no sé que escribir

Nada en mi mente. El espacio creativo de mi imaginación está pasando por un momento de apatía. Demasiados come-cocos en mi cabeza y el espacio que celosamente guardaba para mi creatividad se ha visto brutalmente invadido por unos problemas que me tienen sumergida en un mar de dudas; en el abismo más profundo. El tiempo que, por estas fechas, todos los años dedicaba a las reflexiones mundanas, se ha visto irrumpido por otras cuestiones que, sin ser más importantes, no se pueden hacer esperar.
El maestro Joaquín me susurra al oído melodías que me hacen subir el ánimo, sin ánimo de sacarme de mis ensoñaciones pero con ánimo de sacudirme la pereza y componer algo decente. A veces, demasiadas, me siento directa destinataria de sus sátiras. Me amoldo al personaje que se dibuja en el sonido y me siento excepcionalmente feliz. Después de divagar por sus notas y de acompañar en los coros en solitario a tan insigne artista; imagino retazos de mi vida y encuentro una extraña similitud entre la auténtica destinataria y una simple admiradora de las palabras del canalla por excelencia de la voz rota.
Sigo sin saber que escribir. Sigo pensando que no encuentro tema con el que rellenar mi casi abandonado blog. Cualquier tontería que decore un estante más de mi rincón y llene otro espacio vacío de mi vida, otra deliberación más que se une a las ya demasiadas que componen este espacio que a veces mimo y a veces dejo a merced de la desidia y el abandono más absoluto.
Hoy no sé que escribir pero los dedos se deslizan por el teclado y la mente en su afán por pensar, deja una retahíla de palabras que, como tantas veces, no dicen nada.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Mis andanzas por el país de los enanos



En uno de mis viajes a los reinos mágicos, aparecí de improviso en un país en el que todos los hombres eran enanos. Las casas eran diminutas y para ellos todo estaba tan alto que no llegaban a las alturas ni siquiera subiéndose a un taburete. Los árboles eran inmensos y parecían monstruos cuando se hacía de noche. Los habitantes de aquel país medían medio metro y vestían de una forma un tanto extraña. Siempre de rayas; vestimenta que, al ojo, los hacía más diminutos todavía.Yo no soy alta, pero mido uno sesentaypico y aquellas miniaturas, con cara de pocos amigos me hacían gracia. Llegué a entablar conversación con alguno de ellos y pude comprobar que tenían muy mala leche.
-Ya sé, son los enanitos de Blancanieves.
-¿Cómo se llamaba el que siempre estaba enfadado?
-Sí, ya me acuerdo, Gruñón. Hace tantos años que no leo cuentos que se me ha olvidado.
Me acerqué sigilosa a preguntar a uno bastante viejo que dormía plácidamente a la sombra de un pinar y de un salto, como movido por un resorte, se colocó a mi lado y con cara de pocos amigos me dijo:
-Lárgate de aquí, que en este pueblo mando yo y no permito que nadie venga a perturbar mi sueño.
-Disculpe señor…
-Ni señor ni leches. Tu ¿De dónde has salido?, ¿Quién eres y qué haces aquí?, ¿Cómo te atreves a despertarme de mi siesta?, ¿Tu sabes quién soy yo?

-Pues no, señor. Era lo que trataba de hacer. Mire yo he llegado aquí por esa carretera de ahí y de pronto me he visto en un pueblo muy raro.
-¿Raro? Lo único raro que hay aquí eres tú. No te permito que vengas a alterar la paz a un lugar tranquilo, gigantona. Aquí vivimos muy felices y no queremos gente como tú. Márchate ahora mismo por donde has venido. Este pueblo es mío y no te permito que estés aquí ni un segundo más.
-Pues no me pienso ir. A mí me gusta mandar y en este pueblo, como soy la más grande no creo que tenga ningún problema. El enano cada vez estaba más enfurecido. Su enorme cabeza estaba roja de ira y hacía un ruido extraño con la boca; parecía que me quería comer de un bocado. Yo no le tenía miedo porque me llegaba a la rodilla, pero estaba tan enfurecido que decidí marcharme a probar suerte con otro. -Seguro que éste es el enano Gruñón – pensé, tiene toda la pinta de ser el Cascarrabias al que los demás dejan solo para que desahogue su ira debajo del pino.
A medida que me fui adentrando en el pueblo, empecé a ver que tenía mucho encanto. Monumentos interesantes, una preciosa plaza y un puente que nada más verlo me resultó familiar. Las casas eran del tamaño de una ciudad normal y todo parecía de tamaño normal excepto aquellos seres diminutos que parecían ser los únicos pobladores de aquel extraño lugar. Seguí andando con la certeza de que encontraría gente “normal”.
No había andado dos pasos cuando desde la terraza de un bar, me llegaron unas voces que me hicieron mirar hacia allí. Era una mesa diminuta, de unos quince centímetros de alta y alrededor de ella, con unas tazas, como de juguete, había unos seis hombrecillos de aquellos en lo que parecía ser una estampa habitual del lugar.-Aquí me puedo quedar porque puedo ser útil –pensé. Cuando tengan que limpiar las campanas de esa iglesia, o para colocar bombillas de colores en las fiestas, para recoger la fruta de los árboles o en mil ocasiones en las que necesiten llegar a un lugar alto.
Me acordé de las palabras del Cascarrabias, cuando me llamó rara. Realmente yo en aquel extraño lugar era rara, muy rara. Los hombrecillos del bar me miraron asustados, como si hubieran visto un fantasma, pero yo me acerqué a ellos en son de paz.
-No temáis, no os haré daño.
-¿De qué extraño lugar vienes y que es lo que quieres de nosotros? No nos hagas daño.
-No. No os haré daño. Os contaré lo que me ha pasado, ¿vale?
-Vale, dijo uno con cara de buena gente.Me senté en el bordillo para no ser tan alta y les conté mi aventura. No daban crédito al pensar que en mi país toda la gente fuera tan alta como yo y más. –Algunos miden hasta dos metros- les dije; como cuatro de vosotros. Me invitaron a uno de sus mini-cafés, con una mini-rosquilla y me lo tomé. Así pasé algo más de una hora con ellos y nos hicimos amigos. No paraban de preguntarme cosas de mi país y se quedaban con la boca abierta cuando les contaba el tamaño de las cosas. No se lo podían creer.
Cuando más amena estaba la conversación llegó el Cascarrabias y con muy malos modales intentaba que me fuera y que los hombrecillos no hablaran ni una palabra conmigo.
-Ya te he dicho que aquí, en este pueblo mando yo y que te largues ahora mismo. Llevas aquí mucho tiempo y no te permito que envenenes a mis hombres con tus ideas locas.
-Usted no les puede prohibir hablar con quien quieran.
-Ellos viven tranquilos y hacen lo que yo les diga.
-Están muy a gusto hablando conmigo y me han pedido que me quede un tiempo en esta ciudad, hala.
-¿Quéeeeeee? Refunfuñó, echando saliva por la boca.
-Lo que ha oído, que me quedo. Y me pienso quedar a dormir en esa casona grande que hay en la plaza. Ellos me han dado su permiso.
-De eso nada. Esa casa es mía y no doy autorización para que un monstruo como tu entre en ella. Vete a tu horrible país de gigantes y no vuelvas nunca.
-Tranquilo Taponín-, dijo uno de los hombres más amables.-No te alteres. Déjala que se quede esta noche y mañana ya veremos que hacemos. Es muy tarde y no puede marchar ahora que se va a hacer de noche. Que se quede en la casona y mañana hablamos con ella, pero no seas tan refunfuñón hombre, que va a pensar que eres mala persona.
-Que piense lo que quiera. A mí que me importa.
-No se preocupe Don Taponín. Verá que mañana hablaremos más relajados y… tal vez le de una razón para que no me quiera echar de aquí.
-No pienso hacer tratos con una gigantona. Mañana te vas y te vas. Da gracias a estos mataos que tengo que me han convencido, pero mañana a las ocho de la mañana te vas. Uno de los enanos más amables, Jacobín, me llevó a la que sería mi habitación por una sola noche, de momento. Me enseñó la estancia y me quedé maravillada con los muebles, cuadros y tapices que allí había.
-Si parece un palacio. Por fuera es una casa bonita, pero no me imaginaba que por dentro fuera así. Es una preciosidad. Me gustaría quedarme aquí mucho tiempo, pero mucho me temo que el Cascarrabias no me lo permitir
-Esta será tu habitación. No sé si habrá algo de ropa que te puedas poner. No creo, pero en ese armario igual hay algo que te sirva – me dijo mostrándome un armario muy antiguo.
-Gracias, no sabes cuánto te lo agradezco.
-Es un honor para nosotros tener una invitada como tu. Disfruta de esta estancia y si nos lo permites más tarde vendremos a verte.
-Fíjate que te lo pensaba pedir yo. Se me haría muy larga la noche aquí sola.
-Pues vendremos unos cuantos, con nuestras mujeres y te hacemos compañía un rato.
-Gracias, no sé cómo te lo voy a pagar…
-Nosotros a ti, has traído alegría a una ciudad sin vida. Desde que manda este, nos tiene a todos sometidos a sus caprichos. Se piensa que le pertenecemos y que tenemos que hacer lo que él nos diga.
-¿Y eso? No podéis permitir que os dé órdenes. Sólo faltaba. En mi país esto no pasa. Manda un señor, es cierto pero cuando algo no nos gusta se lo decimos y no le queda más remedio que cambiarlo. Si no lo cambia, lo cambiamos nosotros a él.
-¿Cómo dices? ¿Lo cambiáis? Nosotros no podemos decirle nada, porque manda él. Nosotros somos sus siervos.
-Ah, no no. Eso en mi país es impensable- dije.
Poco a poco le fui contando los detalles de la forma de gobierno existente en mi país y el hombrecillo abría unos ojos como platos. No daba crédito a lo que escuchaba.
-Jo, ya podía ser aquí también así. Yo me presentaría para que me eligieran como mandón.
-No se dice mandón, se dice Presidente si es el que manda en el país y alcalde al que manda en la ciudad o pueblo.
-Bueno, pues eso. Báñate si quieres y manda que te preparen algo de cenar, que voy a cenar con mis hijos y mi mujer y a avisar a más gente. En dos horas venimos para pasar la velada contigo.
Así Jacobín se fue hacia su casa, no sin antes dejar dicho a alguien que yo me quedaba allí y que me trataran bien. No tuve ninguna queja ya que una amable mujer me preparó una deliciosa cena y me dejó unos trajes de princesa que, aunque no me veía con ellos puestos, me permitieron deshacerme por un buen rato de mis ajustados vaqueros. Elegí uno de color granate que era más o menos de mi talla y la imagen que me devolvió el espejo no me desagradó. Me peiné el pelo con un cepillo que parecía surgido de otra época y lo dejé suelto cayendo sobre los hombros. –Parezco una dama medieval, pero me gusta. Estoy distinta.
Bajé al gran salón y allí congregados había docenas, cientos de hombrecillos de aquellos que, curiosos, me miraban embobados. –Qué grande, se oía cuchichear entre los presentes. –Es enorme. Todos querían acercarse a mí y hacerse fotos conmigo. Parecía que nunca habían visto nada igual. Y yo me sentía como una reina ante su séquito, con aquellas ropas increíbles , con música de fondo y en medio de aquella diminuta multitud…
-Creo que me voy a desmayar de tanta felicidad. Cuando se lo cuente a mis amigas no se lo van a creer. Dirán que es otra de mis fantasías, que como no tengo novio me dedico a fantasear historias de hadas y príncipes azules. Pues en esta historia no hay. Son todos feos, enanos, con barbas, con barriga, cabezones…, que no, que no son mi tipo. Que en mi mundo tal vez, pero aquí no encuentro novio.
Cuando cesó la música los enanos querían hablar y presentarse, pero eran tantos que muy fácil nos darían las tantas y no terminaríamos. Ante tal cuestión, Jacobín cogió el móvil y llamó a Taponín para pedirle permiso para quedarme hasta el domingo. A regañadientes el Cascarrabias aceptó, no sin antes hacernos prometer a Jacobín y a mí que haría todos los trabajos que por cuestión de altura yo podía y ellos no. No dudé ni un instante en aceptar y así me quedé en aquel mágico lugar unos cuantos días más. Semanas, tal vez meses. No sabría decir, porque poco a poco me fueron cogiendo cariño y se daban cuenta de que necesitaban a una persona “alta”.
Pasaron los meses y me fui enterando de todos los detalles de aquellos personajes. Así supe que antiguamente en aquel lugar no vivían enanos. Eran personas de una estatura normal. Hacía muchos muchísimos años una extraña maldición se apoderó del lugar y el único habitante que quedó vivo tras una larga y cruenta guerra, se hizo dueño y señor de la entonces villa.
Jacobín me contó la historia por la que aquel extraño lugar era… tan extraño. La historia era así: Un hechicero llamado Mierdín y algo aficionado a la brujería, que no demasiado experto, hizo un conjuro con el fin de apoderarse del lugar en el que sus padres habían ejercido de criados a cambio de unas cuantas palizas y un mendrugo de pan. Harto de que todos los habitantes fueran ricos y él pobre, tejió un plan para que las cosas cambiaran y la suerte estuviera alguna vez de su parte. Comenzó a echar a una enorme perola todo tipo de ingredientes sin reparar en la cantidad y calidad de los mismos. Cuando estaba hirviendo, sacó la perola a la plaza grande y conjuró a las nubes. Las nubes comenzaron a echar agua que se impregnaba de los efluvios que salían de la perola. Cuando el agua se evaporó comenzaron los problemas. La gente de la villa, al respirar aquellos vahos, se sintió mal. Tenía unos extraños mareos y convulsiones que, irremediablemente los llevaron a la muerte. Antes de morir, el viejo Arritmio, invocó a las fuerzas del mal y de sus labios, casi inertes, salió un terrible conjuro que fue a parar al pecho de Mierdín
El lugar quedó sembrado de cadáveres que Mierdín, con ayuda de una pala fue enterrando a las afueras de la población. Sólo quedó vivo él y una mujer fea y desdentada que por su condición no encontró novio con el que casarse. Mierdín estuvo años estudiando el modo de deshacerse de ella, como lo había hecho con el resto de habitantes, pero cuando tenía preparada la sentencia ejecutora, le daba pena y se volvía atrás. Así pasó el tiempo y a falta de una guapa, Mierdín se apañó con lo que había. Tuvieron tres hijos. Pasaban los años y notaban que aquellos hijos, aparentemente normales, no crecían. Preocupados Mierdín y su esposa, fueron a un médico de la capital. El médico le diagnosticó una enfermedad llamada malalechenvidisivergoncería. La enfermedad se iría manifestando a medida que pasara el tiempo y los afectados encogerían hasta medir de treinta a cincuenta centímetros y la cabeza les crecería de manera desproporcionada. Lo malo es que esta enfermedad se trasmitiría de generación en generación y todos sus sucesores la padecerían.
Mierdín quiso saber a qué se debía aquella extraña enfermedad y el médico le dijo que debido a un conjuro que habían hecho hace tiempo y que había tenido consecuencias desastrosas para todos los que portaran sus genes. El médico le estuvo dando más detalles, sin embargo, Mierdín supo rápidamente el motivo de aquella alteración genética que sufrían sus hijos y que padecerían todos sus sucesores.
Maldijo a todos los espíritus y se echó las manos a la cabeza perturbado por el futuro que les esperaba a los suyos. Tienen todo lo que hay en estas tierras- dijo. El poder siempre será de nuestra familia, y las tierras, y los títulos, y las propiedades y todo. Nadie me podrá quitar nunca más nada.-Dijo con una estrepitosa sonrisa. Todo es mío. No me importa esta desgracia, tengo lo que más quería: poder y dinero. Con el dinero que tenemos dará igual que mis hijos sean feos o guapos.
Cuando Mierdín comenzó a sentirse mayor, allá por los 70 años, redactó un testamento muy especial: el mayor de los hijos heredaría el poder; el mandato sobre los demás y una cuarta parte de los bienes, el segundo la mitad de los bienes y el tercero la cuarta parte restante. Si había más hijos, para esos no había herencia a menos que alguno de sus hermanos quisiera compartir la suya. Si eran mujeres, nada. Su cometido era casarse con hombres ricos, y si no lo conseguían, no tenían derecho a nada ni servían para nada; simplemente eran idiotas y lo mejor era matarlas. En todo caso, tanto esto, como el reparto con el resto de hermanos, era opcional. Si la herencia no se cumplía, una serie de desgracias se cebaría en todos ellos menos en el mayor, que en ese caso, heredaría todo. Aparte, todos vestirían de rayas.
Así, quince o veinte o treinta generaciones después llegó Taponín con sus aires de grandeza, sus ínfulas y sus ganas de mandar. Por derecho de la herencia familiar redactada por su taratatatatarabuelo Mierdín le correspondía una parte de los bienes de la familia y el ansiado mando, que era lo más codiciado del legado. Algunos hijos pequeños no habían dudado en matar al heredero para asegurarse, al menos, una parte de la herencia. Taponín había matado a su único hermano para quedarse con todo. Todos los habitantes de la ciudad, parientes entre sí, estaban a las órdenes de Taponín. Incluso la policía, estaba supeditada al mandato de Taponín y su crimen quedaría impune, como siempre.
No dejaría a nadie inmiscuirse en sus cosas ni en sus formas de gobernar. Sin embargo, cuando se acostó esa noche, se miró al espejo y se imaginó el rostro de su antepasado. Sabía la historia porque la había oído relatar en múltiples ocasiones y siempre conservó ese lado déspota y autoritario que heredara de Mierdín, pero esa noche, había tenido el presentimiento de que a su muerte, que no veía lejana, algo cambiaría en la ciudad.
Yo, como no tenía prisa y nadie me esperaba, decidí quedarme para ver en lo que paraba la historia. Tenía curiosidad por conocer el futuro de aquellos extraños amigos que me trataban como a una princesa y cada día me contaban una sorprendente e interesante historia.

domingo, 17 de agosto de 2008

Latas con encanto

Una vez me dio por coleccionar latas; latas de cola-cao con el sabor de aquellas latas en las que las abuelas del siglo pasado guardaban los hilos; a mí siempre me llamaron la atención. Otras latas con galletas o caramelos que me impresionaban más que las propias galletas; una vez que las últimas, las que nadie come, ya revenidas habían ido a parar a la bolsa de la basura o al plato del gato, lavaba la lata y era yo quien la rellenaba con hilos o alfileres, como mi abuela. Adorno sí, pero funcional.
Adquirí ejemplares de distintas latas en muchas tiendas y lugares hasta que ocupé demasiados rincones de la casa y me empezaron a cansar. Llené unas con hilos, otras con cremalleras, otras con botones y poco a poco todo mi ajuar costurero quedó perfectamente ordenado dentro de aquellas deliciosas latas que un día habían llamado mi atención. Pasaron los años y las fui colocando casi todas dentro de un armario donde guardo los útiles de la costura. Ahora viven en la sombra.
Aquella manía de coleccionar latas se me había pasado. No compré más, pero las tengo todas guardadas, como quien tiene un tesoro. Eran latas originales, especiales para mí, eran latas con encanto; ahora que esconden objetos de lo más variopinto, siguen siendo latas con encanto.

jueves, 5 de junio de 2008

Zapato sin Cenicienta



Pensé en escribir una historia cuyo protagonista fuera un zapato. Enseguida pensé que esa historia de una princesa que escapaba de un maleficio cuando se dio cuenta de que su lindo zapatito de cristal había desaparecido. No tiene nada que ver con esa fábula. Esta historia no es de hadas y princesas que acaban junto a su príncipe azul. No se parece en nada.
Elena era una joven perseguida que intentaba escapar de un hombre aun a costa de su vida; en la huida perdió un zapato, pero no serviría a su enamorado para encontrarla, sólo serviría para tirar el otro lo más lejos que las fuerzas, ya extenuadas, le permitieron para poder escapar del hombre que la perseguía y de ese modo, poder correr más rápido.
Arturo encontró el zapato perdido y lo cogió entre sus manos. Respiró hondo y una sensación de placer se apoderó de él. No había rastro de Elena por ningún lado. Sus fuerzas cada vez eran más débiles y su velocidad disminuía a medida que aumentaba su fatiga. Pensó que era inútil seguir corriendo; la había perdido de vista. Miró el zapato y decidió que ya tenía algo de ella. Al llegar a casa se miró al espejo y le dijo a la imagen que veía: No soy tan guapo como el príncipe del cuento, pero este zapato me servirá para encontrarla.
Pasaron los años y Arturo seguía pensando en la chica y en la forma de encontrarla. El zapato estaba colocado encima del mueble del recibidor, como un fetiche. Arturo lo miraba y lo tocaba cada día y soñaba que la chica aparecería en cualquier momento, pero Elena, ajena a los pensamientos de aquel hombre que hacía años había dejado de temer, era feliz con su vida y su trabajo y nunca pensó estar en la imaginación de un hombre, protagonizando una versión moderna del cuento de la Cenicienta.

domingo, 18 de mayo de 2008

Paréntesis




Llevo una buena temporada sin escribir ningún relato: el trabajo y otras obligaciones que tengo que anticipar a éstas, hacen que últimamente tenga este blog un pelín descuidado. Intentaré poner remedio a este problema cuanto antes y me pondré dedos a las teclas a escribir algún rollete para decorar mi “Rincón de las historias”. Intrigas, aventuras, amores, luchas de poder y enigmas se entrecruzan en mi mente pugnando por ocupar un lugar privilegiado en el inmaculado papel; sin embargo no consigo ponerme de acuerdo conmigo misma para decidirme por uno u otro. Igual hago una mezcolanza de situaciones e hilvano una historia sin pies ni cabeza, como las que acostumbro a escribir… Nunca se sabe.
Mientras que cuelgo esta especie de disculpa que estoy escribiendo, no sé si con el fin de engañar a alguien o a mí misma, intentaré acercarme un poco más a mi espíritu creativo para sumergirme en algunas vidas y poder narrar sus historias. Algo así como hacer trabajar a mi imaginación en un personaje del que todavía no he pensado ni el nombre. ¿Protagonista? Una mujer, como casi siempre; ¿Nombre? El de alguna persona que me caiga bien ¿La situación? La vida misma. ¿El título? Una frase sugerente y explícita del texto. Unas cuantas frases, una descripción dependiendo del tiempo y de la imaginación necesaria y ya tengo el relato. Sólo tengo que escribirlo y colocarlo en su lugar en esta vitrina para poder ser visto y censurado.
Después de este paréntesis, en cualquier momento llegan las musas a visitarme (las espero desde hace tiempo y ya no pueden tardar) y me pongo a escribir. Ahora que llega la primavera aunque en León ha estado todo el día lloviendo, saldré al campo, a la orilla del río con mi portátil y allí, a la sombra de los avellanos, llegarán ellas llenas de ideas a las que yo sólo tendré que atrapar con mis dedos. Estas frases ya las tengo muy gastadas. Quiero decir que me pondré a escribir como una loca al lado del río que es dónde más me concentro, y que tengo ganas de estar allí, junto al puente de mis sueños. Eso.

jueves, 17 de abril de 2008

El puntiagudo tridente de Lola

Soy la mala de la película. -Se dijo a sí misma Lola cuando vio como reaccionaban sus amigos ante sus pesquisas-, pero me lo estoy pasando en grande viendo como disimulan. Seguían con su romance, ajenos a la mirada inquisitorial de Lola. Ese mismo día puso en su Messenger una foto de un zapato rojo con un tridente por tacón y una de sus frases de las que hacen pensar; cada día sus amigos le preguntaban por aquellas frases que Lola cambiaba a su antojo y no se daban cuenta de que ella disfrutaba al ver como escondían aquel tonteo más propio de una pareja de adolescentes que de dos personas adultas como lo eran Ismael y Pilar.
A Lola le daba igual lo que hicieran, pero le fastidiaba que Gloria, la mujer de Ismael, estuviera confiada pensando en que su marido le era fiel, se identificaba con ella porque vivió con su marido una situación similar y no soportaba que la ninguneara delante de ella o la tuviera ahí para lavarle y plancharle las camisas mientras que él se divertía con su amiga, además, desde que empezaron con el romance, el grupo de amigos que antes eran se había reducido a pareja, a Lola la habían empezado a ignorar, quedando ellos para tomar café y haciendo las reuniones en otros lugares a los que Lola no solía ir, dejándola de lado literalmente.
Casi cada día Ismael iba a visitar a Lola al trabajo con la excusa de algún tema de la asociación a la que ambos pertenecían y que siempre saltaba a la palestra. A Lola le daba la sensación de que su amigo a veces quería decirle algo, pero siempre acababa desviando la atención hacia otro tema que le viniera a la mente, ella también se tenía que morder la lengua muchas veces, porque pensaba que aunque eran amigos, eso no era asunto suyo, el problema sería de Ismael si su mujer se enteraba de su doble vida. Ella no lo iba a juzgar ni a criticar; su amigo era Ismael, no su mujer,. Lo apoyaría incondicionalmente, pero le fastidiaba esa falta de confianza y las mentiras con las que siempre salía del paso “echándole siempre la culpa al trabajo.”
Pilar, además de ser su amiga, también pertenecía a la misma asociación, muy conocida en la pequeña ciudad de provincias donde todos ellos vivían, pero la parejita parecía muy a gusto viviendo en su nube color de rosa que no pensaba en las consecuencias que aquella aventurilla podría tener para todos ellos si salía a la luz. La imagen de la asociación por la cual se habían conocido y por la que todos ellos habían luchado podría verse afectada si un escándalo de este tipo llegara a salpicar a alguno de sus miembros, pero a ellos no parecía preocuparles en absoluto.
Se veían en cualquier cafetería sin importarles quien los veía, paseaban juntos por las céntricas calles a plena luz del día y se hacían carantoñas sin importarles que su amiga o cualquier otro miembro de la asociación estuviera presente. A Lola a veces le resultaba empalagosa tal demostración de amor, ya que se estaban tocando a todas horas, como si el resto del mundo no existiese para ellos, dejando los problemas y los proyectos de la asociación, por la que se suponía que todos luchaban, que pasaran a un segundo plano, y eso ella no lo iba a permitir.
Lola era bastante intuitiva y los pillaba en todas las ocasiones en las que se lo proponía y cuando cualquiera de ellos caía en sus redes investigadoras, Lola sacaba el tridente del demonio que se escondía dentro de ella y los pinchaba ligeramente. Ellos caían en sus trampas sin darse cuenta de que ella disfrutaba con la cacería en la que todos participaban. Lola siempre se enteraba, sin querer, de sus encuentros furtivos. A veces, llamando por teléfono primero a uno y acto seguido al otro, donde se escuchaba el mismo ruido de fondo. Lola, que parecía ser más lista que ellos, o al menos estaba con los ojos más abiertos, los llamaba cuando estaba segura de lo que le iban a contestar. Así los pillaba y los ponía nerviosos.
A Lola no la veían llegar nunca, cuando ellos “iban, Lola venía” y siempre que los miraba los encontraba lanzándose miraditas de enamorados o haciéndose arrumacos. Lola disfrutaba con sus ironías cuando les hablaba en plan sarcástico pero ellos no parecían darse cuenta de las indirectas ni de las preguntas impertinentes de Lola.
-Hoy Lola está borde, déjala. Solían decir cuando Lola no quería ir con ellos de cañas después de haber sido invitada “tarde, mal y nunca”, y Lola aprovechaba para decir:
-Si, hoy me toca “demonio”¿qué le vamos a hacer?
-Pues últimamente todos los días te toca “demonio”, anda que nos podías avisar cuando te toca “ángel” porque así no se te puede decir nada…
-No voy con vosotros, ya sabéis que no quiero molestar; no me gusta pegarme a los grupos cuando no he sido invitada. No quiero molestar a nadie … y no me tiréis de la lengua…
-Estás más boba…, como si hiciera falta que te invitáramos…
Lola disfrutaba jugando al ratón y al gato y no se enteraban de que varias veces al día sacaba el tridente afilado para hacer de demonio y hacer uso del sobrenombre con el que una persona muy querida la obsequió una vez: “Reina de la ironía” para pasarse unas risas a su costa y demostrarles que aunque no le habían dicho nada, ella estaba al corriente de su affaire. Otro día en sus muchos chateos salió el tema de los hombres y las relaciones extra conyugales. A Pilar solo le interesaban los hombres mayores y “casados en su mayoría”, entonces Lola sacó la psicóloga que lleva dentro y le dio unos cuantos consejos a Pilar envueltos en la “ironía” que ya ésta empezaba a conocer.
-… y lo que esta claro es que se acomodan en la vida de casados y les es difícil abandonar; muchas veces lo que buscan es una aventura sin importancia…al final te quedas como vacía, utilizada....te dicen que no pueden vivir sin ti pero la que los acompaña en los actos públicos es su mujer.
-Si, tienes razón, pero ¡cómo te alegra el día una llamadita de teléfono y unos mimitos…! ¡como para renunciar a eso…!
-Anda, búscate uno soltero, guapo y sin malos rollos.
-En eso estoy, solo me falta encontrarlo...
-Que luego se entera la mujer y te saca los ojos.
-Ya me pasó una vez, pero no me sacó los ojos...
-Eres muy joven y tienes toda la vida por delante, además dice una amiga mía que los que a los 30 están libres es porque tienen algo, aunque pienso que los más interesantes son los de entre 30 y 50, te lo digo yo, pero yo casi tengo 40. Tu eres muy joven.
-Pero a mí me gustan los hombres mayores… cuando tenía 20 me gustaban de 40, ¿qué le voy a hacer?
-Yo no puedo engañar a nadie, yo soy más de decir las cosas y terminar la situación. No sirvo para una doble vida.
-Yo lo entiendo, después de muchos años, cuesta cambiar las cosas, no obstante una doble vida, al final acaba cayendo, aunque durante un tiempo tiene su morbo.
A Lola le parecía imposible meterle en la cabeza a Pilar que se buscara un novio normal y dejara sus aventuras con hombres casados. Al fin y al cabo no era su problema, ellos eran sus amigos y la mujer de Ismael era una persona a la que acababa de conocer; no le deseaba lo que le estaba haciendo su marido, pero no sería ella la que pusiera el grito en el cielo. Sin embargo se solidarizaba con ella cada vez que pensaba en ellos dos y decía: “pobre Gloria, estará pensando que su marido está en una de sus múltiples reuniones o en un acto a los que estaba obligado a asistir, mientras se está paseando sin ningún pudor con la amante por todas partes”
Un buen día, cuando a Lola ya le había parecido suficiente y había decidido obviar el tema, y dejar de utilizar la ironía por el Messenger, a Ismael le entró un arrebato de confidencialidad y decido llamarla para decirle “una cosa”pero que haría en otro momento; Lola le animaba a que le contara, pero solo quería hacerlo a través del Messenger. Todavía tenía su última frase sugerente: “El puntiagudo tridente espera el momento, mientras su atuendo rojo realza sus encantos”. Por lo visto, Ismael prefería hacerlo así que frente a frente con una Lola de la que se imaginaba su reacción y sus comentarios. Evitaba ser pinchado con “el puntiagudo tridente”
Pasó un tiempo hasta que Ismael se decidiera a hablar, pero al fin lo hizo. Lejos de juzgarlo –ella no era quien tenía que reprocharle nada- Lola le dio la dirección de su blog y le dijo:
-Entra en Internet en esta página y lee la segunda historia. Mañana la comentamos.
Ismael no supo que decir e imaginó que a Lola le había parecido mal su confesión; tal vez estaba celosa, “igual es que yo le gusto y quería ser ella mi amante” –pensó- y esto le ha parecido mal. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Lola consideraba a Ismael como un amigo y aunque era consciente de su atractivo, ella no sentía nada por él; sus gustos sentimentales iban por otros derroteros.
Leyó la historia “el puntiagudo tridente de Lola” y supo que su secreto estaba a buen recaudo con Lola -aunque seguramente eso ya lo sabía antes de leerla- sabía que ella no diría nada a nadie y comprendió que se lo tenían que haber contado antes, ya que su amiga podía haber sido una buena aliada y por no decírselo había estado expuesto muchas veces a que metiera la pata de forma involuntaria al comentar con Gloria la asistencia a los actos “en los que había estado su marido”
Lola no compartía las infidelidades, pero había casos en los que las entendía. Lola siempre decía: “separación si, traición no”, sabía que el matrimonio de Ismael sólo era de apariencia, aunque ni él ni Gloria se lo habían contado, pero Lola –que llevaba una psicóloga dentro- tenía mucha intuición y no se le escapaba ningún detalle. No pensaba juzgar a sus amigos por haberse enamorado. Ya no volvería a sacar el tridente porque valoró mucho el hecho de que Ismael se había decidido a contarle su historia, demostrándole que tenía confianza en ella, aunque había llegado tarde la confesión. Ella conocía sus pasos gracias a su perspicacia y a que era algo brujilla, pero le agradeció de igual modo que confiara en ella en algo tan personal contándole la historia de la que Lola, aficionada escritora, hacía tiempo que había escrito este relato.

5-octubre-2007

sábado, 15 de marzo de 2008

La calle de la Amargura

Artículo publicado en la revista "Pasión Nazarena"

La pasada Semana Santa, durante la procesión del Encuentro de Jesús Nazareno con Nª Sª de la Soledad, el párroco hizo una alusión a una supuesta calle de la que muchas veces hablamos, pero que no la hemos recorrido. Se trata de la calle “de la Amargura”. Enseguida vinieron a mi mente situaciones en las que se emplea esa expresión para denominar desgracias, pesares o malos momentos... Traer algo o a alguien “por la calle de la Amargura” no tiene mucho que ver con la imagen de la Virgen con ese nombre que en La Bañeza se admira y se lleva en procesión el miércoles Santo.
La Virgen de la Amargura, preciosa imagen de la pena ante la muerte de su Hijo, nos hace ser partícipes de ese sentimiento que ella vive; de su pena por el dolor de su amargura. Las lágrimas que se deslizan por sus mejillas y que nos hace pensar en otra virgen andaluza. Las manos en una actitud de enjugarse dichas lágrimas, sus ropajes ricamente adornados aumentan su belleza, el color verde de su manto realza la luminosidad de su rostro.
Sus “otros atuendos” no nos hacen pensar en una “calle de la Amargura”, sino en un jardín esplendoroso donde cientos de flores parecen brotar de la tierra para ella, la miran, la veneran… la blancura de los gladiolos y la majestuosidad de las rosas parecen emerger del trono para acompañar a la Virgen en su recorrido haciendo su belleza todavía más espectacular.
Las velas encendidas dando luz a todo el conjunto y anunciando a los miles de acompañantes que esperamos con fervor al cortejo, que la Virgen de la Amargura está llegando por cualquiera de las calles preparadas a tal efecto sin ser “la calle de la Amargura” Los cientos de cofrades encapuchados portando el trono de su señora al ritmo de los acordes de la banda de tambores y cornetas hace que todos los presentes enmudezcamos por la emoción.
¡Qué guapa! -dicen unos- ¡Qué flores tan bonitas! -dicen otros- al tiempo que cientos de flashes se disparan para inmortalizar en sus cámaras ese instante en el que los hermanos se acercan con ella por las calles bañezanas, en dirección a la capilla para guardarla hasta una próxima ocasión.
Todos quieren llevarla a hombros; las varas se quedan cortas para acoger a tantos hermanos y muchos de ellos tienen que esperar a otro año para ver cumplido su sueño. Todos han ensayado los pasos a seguir para que la virgen insignia de N.P. Jesús Nazareno luzca radiante. Todos se mueven al mismo compás y la calle se llena de espíritu semanasantero al paso de la Amargura, que no por “la calle de la Amargura”
Una labor de documentación llevada a cabo hace unos meses, me recordó que allá por el año 1995 los bañezanos pedían una calle con el nombre de esta Virgen al conmemorarse, el 25 de marzo de ese año, el 50º aniversario de la llegada de la imagen a la ciudad. Una sonrisa se dibujó en mi cara en ese mismo instante al pensar en lo curioso del nombre, en lo que supone vivir en la calle de la Amargura, y en las personas que se decidieran a hacer allí su casa y poner su dirección en los documentos. Porque, seamos realistas, el nombre despertaría bastantes situaciones curiosas.

jueves, 28 de febrero de 2008

Una actuación más

Relato publicado en la Revista cultural "JAMUZ"
Todo el público está esperando con atención a que la actuación empiece. Las butacas están ocupadas en su mayoría; el acomodador va y viene con algún rezagado que se entretuvo algo más de lo debido en sacar las entradas. Queda algún asiento libre en las últimas filas, pero prácticamente el aforo está completo. Los actores y actrices están acostumbrados a los aplausos y al público, pero cada nueva sesión es diferente a la anterior.
La obra está ensayada para que todo salga a la perfección pero alguna de las nuevas estrellas acaba de pedir una tila para hacer frente a los nervios que amenazan con jugarle una mala pasada. Estoy viendo al apuntador escondido detrás del telón, donde el público no pueda verlo; una obra de teatro no sólo está compuesta de actores, fuera del escenario hay mucha gente trabajando para que todo sea un éxito.
Los decorados aguardan impacientes a que los primeros actores dejen al descubierto las extensas horas de trabajo. El público también está esperando ansioso a que el telón descubra lo que hay detrás. Los acordes de la música llevan un buen rato sonando pero todavía hay que esperar a que el director de la obra dé el permiso para comenzar los primeros pasos hacia el escenario. Se inicia la cuenta atrás: tres, dos, uno… ¡ya!
¡Qué ilusión ver los rostros infantiles ensimismados mirando hacia el escenario! Para ellos todo es nuevo. Los ojos de los niños son tan sinceros que, para un artista, es una gratificación; con ver las caras y los aplausos no necesita más. En Jiménez, un año más, el telón ha dejado ver el trabajo de los que están detrás. Horas y horas de ensayos pero, al final, el resultado es inmejorable. Otro año que se cierra el certamen con aforo total.
Yo sólo tengo que seguir los pasos que los hilos me van marcando. Mi labor es muy lucida pero apenas tengo que hacer nada; sólo tengo que mover mi cuerpo al ritmo que me marcan desde las tablillas, pero el público jiminiego me aplaude con fervor. Todo el éxito me lo atribuyen y yo lo hago mío en un afán de protagonismo que, sin buscarlo, me han concedido en esta actuación.