domingo, 31 de julio de 2011

Recuerdos sin polvo


Imagen de Embelezzia.com

Hace tiempo, en una reunión en la que estábamos diez o doce mujeres, salió el tema de: “me lo trajo alguien de…” y todas más o menos sacamos a relucir aquello gracioso, útil, original o simbólico que nos habían traído de… en referencia a nuestros regalos, aquellos que recordábamos con más cariño o que nos habían hecho un efecto digno de guardar en el espacio de la memoria reservado a las cosas “inolvidables”.

No faltaron los típicos detalles esos que hay repartidos por todos los puntos del mundo, con leyendas desgastadas que nos animan a comprar, como la camiseta que dice: “mi abuelito que me quiere mucho me trajo esta camiseta de (…)” o los platos aquellos que en la década de los 80 se almacenaban en todas las casas con la única diferencia de la ciudad de origen. Por descontado que en aquella conversación salió a relucir la pareja formada por la sevillana y el torero procedentes de Andalucía y con destino a la parte de arriba del televisor del salón y, por cierto, hay horteras en muchas casas…

Pero lo que más me llamó la atención, fue la aportación de una de ellas que dijo que siempre decía a los suyos que le trajeran “algo de comer”, que ya estaba harta de limpiar el polvo. Unos bombones, unos pasteles, unos mariscos, unos embutidos… Inmediatamente copié la idea y desde entonces cuando voy a algún sitio traigo de “recuerdo” algo de comer, algo de beber, algo que no dé trabajo ni haya que limpiar.

Cuando viajo y he de comprar un recuerdo me acuerdo de aquella conversación y lo elijo en la sección gastronómica, siempre que haya alguna cosa que me llame la atención y me haya cautivado el paladar. Por cierto, en la última etapa del Camino de Santiago, vi a un japonés que llevaba una caja de mantecadas; tal vez le había pasado lo mismo que a mí, que le gustan más los recuerdos sin polvo.