jueves, 5 de junio de 2008

Zapato sin Cenicienta



Pensé en escribir una historia cuyo protagonista fuera un zapato. Enseguida pensé que esa historia de una princesa que escapaba de un maleficio cuando se dio cuenta de que su lindo zapatito de cristal había desaparecido. No tiene nada que ver con esa fábula. Esta historia no es de hadas y princesas que acaban junto a su príncipe azul. No se parece en nada.
Elena era una joven perseguida que intentaba escapar de un hombre aun a costa de su vida; en la huida perdió un zapato, pero no serviría a su enamorado para encontrarla, sólo serviría para tirar el otro lo más lejos que las fuerzas, ya extenuadas, le permitieron para poder escapar del hombre que la perseguía y de ese modo, poder correr más rápido.
Arturo encontró el zapato perdido y lo cogió entre sus manos. Respiró hondo y una sensación de placer se apoderó de él. No había rastro de Elena por ningún lado. Sus fuerzas cada vez eran más débiles y su velocidad disminuía a medida que aumentaba su fatiga. Pensó que era inútil seguir corriendo; la había perdido de vista. Miró el zapato y decidió que ya tenía algo de ella. Al llegar a casa se miró al espejo y le dijo a la imagen que veía: No soy tan guapo como el príncipe del cuento, pero este zapato me servirá para encontrarla.
Pasaron los años y Arturo seguía pensando en la chica y en la forma de encontrarla. El zapato estaba colocado encima del mueble del recibidor, como un fetiche. Arturo lo miraba y lo tocaba cada día y soñaba que la chica aparecería en cualquier momento, pero Elena, ajena a los pensamientos de aquel hombre que hacía años había dejado de temer, era feliz con su vida y su trabajo y nunca pensó estar en la imaginación de un hombre, protagonizando una versión moderna del cuento de la Cenicienta.