martes, 22 de diciembre de 2009

Llega la Navidad


No sé si cada año me gusta menos la Navidad, o que cada año trato de no sucumbir a sus encantos, el caso es que me resisto al hecho de que cada año llegue antes. No sé si por suerte, por desgracia o por interés de las grandes superficies y todo aquel que vende artículos relacionados con la Navidad, pero el caso es que cada año “llega antes”. A finales de octubre vemos como las tiendas se empiezan a llenar de turrones y adornos navideños en ese afán por recordarnos que la Navidad está a la vuelta de la esquina, cuando en realidad quedan aún unas cuantas semanas.
En estas fechas en las que el sorteo de la lotería abre de par en par las puertas de la Navidad, muchos estamos saturados de lucecitas de colores, villancicos, turrones y mensajes navideños llenos de buenos deseos y con promesas de llamarnos, querernos y recordarnos “más que nunca”. Todavía no tengo claro si me gusta o la odio.
La verdad es que me hace ilusión el reencuentro con la familia y con algunas amistades a las que sólo veo en estas fechas, además del “espíritu navideño” que impregna los hogares en estos días, pero cuando pienso que nos la “meten por los ojos” cada año un poco antes, me asquea el hecho de que todos nos dejemos llevar por esta vorágine y nadie sea capaz de poner freno a esta epidemia de besos y abrazos a la que no podemos escapar.
De todas formas, desde mi blog, hoy día 22 de diciembre y no hace mes y pico, aprovecho estas líneas para desearos a todos los que me visitáis una feliz Navidad, mi deseo para esta Navidad es que todos vuestros deseos se hagan realidad. Gracias a todos por seguir ahí y por aguantarme.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Volver

Imagen de saborysinsabor.blogspot.com
Cuando Herminia regresó a casa habían pasado demasiadas cosas. Su marido, gravemente enfermo, estaba dispuesto a perdonar todas sus infidelidades con tal de que volviera a ocuparse del negocio, y conseguir que volviera a ocupar el número uno del ranking de empresas de la ciudad, como siempre había sido. Necesitaba que se hiciera cargo del negocio que algún día heredarían sus hijos como él lo había hecho hace unas décadas.


Arturo no sabía mucho de los devaneos de su esposa, aunque intuía sus andanzas- la conocía demasiado para llevarse sorpresas después de tantos años de matrimonio- sabía que era una devora hombres y nunca había puesto remedio a la situación. Él necesitaba una esposa para mostrar en sociedad y ella se vendió por unos cuantos millones que él atesoraba en la cuenta de ahorro. El contrato se había respetado. La fidelidad era simple palabrerío del cura a la hora de hacer efectivo el matrimonio. Un detalle que a ninguno de los dos quitaría el sueño.


Los padres de Arturo, sabedores de que su hijo era un crápula, le exigieron sentar la cabeza y llevar una vida digna de un Sanz de la Peña y a él no le quedó más remedio que buscar una esposa al gusto de sus padres. Ninguna de las amigas que amenizaban sus días y sus noches hubiera sido bien recibida en la mansión familiar, por eso Arturo aprovechó unas vacaciones en la sierra de Gredos para “comprar” una esposa deslumbrándola con sus dotes de trovador y los ceros de su cuenta bancaria. Una chica mona pero sin recursos económicos.


Herminia puso muchas condiciones para volver con su marido, a pesar de que de los ceros de la cuenta bancaria ya había dado buena cuenta hacía años, sin embargo, las palabras de su hija pequeña suplicándole que volviera no se las podía apartar del pensamiento. Lo haría, volvería a ocuparse del negocio y de sus hijos adolescentes que en breve se quedarían solos y la necesitaban, aunque en el fondo ella tenía otros planes. Seguía teniendo un cuerpo diez y seguía siendo guapa a pesar de los años. No pensaba vestirse de luto y enterrarse en vida por complacer a los suyos.


En la ciudad de provincias en la que tenían la residencia familiar todavía se la recordaría como una señora, aunque muchos de los hombres de su clase social y numerosos de otra inferior, habían pasado por sus aposentos y conocían sus debilidades. Guardaba los teléfonos y direcciones de algunos apartamentos en los que, años atrás, había dado rienda suelta a su pasión. Quizás todavía alguno quisiera poner una nota de color a su triste vida de mujer gris atada a un marido que, con los años, se había vuelto introvertido y manipulador.


Herminia atravesó el umbral de la puerta con la maleta llena de desilusión. Nunca pensó tener que volver. Atrás quedaban los momentos vividos en Suecia con Karl. Nadie notó la amargura que destilaban sus ojos, pero ella sabía que su historia de amor había tocado a su fin, sus ahorros se habían esfumado en compañía del gigoló que durante años la hizo sentir una reina a pesar de doblarle la edad. Su única esperanza seguía siendo su –todavía- marido. Si encima él la necesitaba, tenía un tanto a su favor.