jueves, 15 de septiembre de 2011

Delicias del campo y el susto de la vuelta al cole


Imagen de ahorrodiario.com

Texto publicado en Ibañeza.es

Lejos quedan las vacaciones distintas a las de este año. La costa y los destinos exóticos se han cambiado por las tranquilas vacaciones a la orilla del río, a la sombra de cualquier álamo leonés o en la casa familiar donde, además de la estancia gratuita, uno se asegura el maletero lleno de delicias del campo, de propinas para los niños y de fotos campestres que permitan seguir presumiendo ante los conocidos de otra nueva variedad en vacaciones: las de turismo de interior. Para variar de tanta playa…


Pero llega septiembre y toca quitarse la careta estival y volver a coger la calculadora que nos permita multiplicar los duros por dos, o por tres para llegar a fin de mes, mientras que las cifras de la vuelta al cole nos vuelven a quitar el sueño. Si los números que cada año hacen públicos los medios de comunicación son ciertos y cada familia tiene que hacer frente a esos gastos que supone el equipamiento de uno, dos, tres hijos, no les quedará para comer ni siquiera el pan mojado en leche de la vaca que merendaban sus abuelas.

Menos mal que esas cifras están engordadas lo suficiente para llamar la atención y a la hora de la verdad son elevadas, pero no tanto. El asunto es que en un momento en el que se habla de recortes y de austeridad, quedan cabos sueltos y, en el caso de la vuelta al cole, la suma de todo lo necesario para comenzar el curso siempre se dispara. Tal vez si esos libros que solo valen para un niño los pudieran reutilizar los hermanos, el gasto familiar sería menor y el susto que cada año se llevan los padres al ver el telediario no sería tan gordo.

O tal vez esas cifras hayan sido extraídas del gasto en material escolar de una familia de clase alta que lleva a sus hijos a un colegio caro, con un uniforme de marca y con unas matriculas de las que quitan el sueño. Pero si el español de a pie, que compra el uniforme en la tienda del barrio y lleva a sus hijos a un colegio público, quizás, por mucho que se gaste 200 euros en libros y otros 300 entre material escolar y ropa, aprovechando algo del año anterior, no se llega ni con mucho a los más de 1.000 con los que la televisión nos corta la respiración cada vez que llega septiembre enfundado en forma de “vuelta al cole”.

A veces es cuestión de organizarse, de ser inteligentes y de buscar las buenas ofertas, que siempre las hay. Otras veces hay que aprovechar el jersey del año anterior o adquirir aquellos bolígrafos con los que más de uno aprendimos a escribir en lugar de esos ejemplares apoteósicos que no hay por donde agarrarlos. O también cabe la posibilidad de que haber hecho caso a aquel anuncio que solicitaba un/a camarero/a para los fines de semana y probar esa sensación de ver los bares desde otra perspectiva no hubiera sido mala idea…

viernes, 9 de septiembre de 2011

La mierda de los perros, que se la lleven sus dueños


Artículo publicado en Ibañeza.es

Imagen de Perrosamigos.com

Como faltan unos meses para el entierro de la sardina y el problema ha sobrevivido a las coplas que alguien escribió para uno de sus cuadernillos, al tema que La Charra incluye en su último disco y al artículo que Polo Fuertes escribió hace unos meses en este mismo lugar, creo que es momento de volver a incidir en ello. Ante todo, respeto a los perros y a los dueños, aunque no me hagan nada de gracia los ‘recaditos’ que unos y otros dejan en la vía pública con más frecuencia de la considerada como un simple descuido.


No hay día que no me encuentre con la labor de sortear algún resto canino que el dueño del perro ha tenido a bien dejar en medio de la acera porque –entiendo- le da asco cogerlo con la mano y depositarlo en una papelera o contenedor, meterlo en el bolsillo y llevárselo a su casa o lo que sea. A mí también me lo daría, sinceramente, pero tal vez por eso no tengo perro. Del mismo modo, no me apetece oler, pisar ni llevarme a mi casa en el zapato los excrementos del perro del vecino que se dejó esparcidos por la acera.

Muchos pasean el perro hacia zonas ‘alejadas’ del casco urbano, donde hay hierba y mientras los perros hacen sus necesidades se fuman un cigarro, se hacen los despistados, miran para el otro lado y guardan la bolsa para otra ocasión en la que algún ojo indiscreto haya tomado nota mental de su proeza; pero algunas veces los ojos indiscretos están en las alturas y relatan la situación de forma verídica.

A otros, menos campestres y más urbanitas, lo que les gusta es pasear al perrito por calles más céntricas, pero el bicho no entiende de lugares finos y deposita sus excrementos en medio de la acera como su naturaleza perruna le consiente. La situación es la misma: mirada a uno y otro lado y si no hay testigos… a la fuga. Eso sí, siempre con la bolsita en la mano o atada a la correa como exigen las normas, aunque las calles evidencien constantemente la realidad de su uso.

Tal vez si esa ordenanza se usara algo más evitaríamos oír comentarios tildando de ‘despreocupados’ a los concejales o de ‘vagos’ a los trabajadores del servicio de limpieza. Si las multas por incumplimiento de estas normas trascendieran al público, quizás, no tendríamos las calles tan sucias y esta columna de una ex concejala algo picajosa se habría centrado en cosas más banales como la belleza de los jardines o en algún tema de las pasadas fiestas.