martes, 6 de enero de 2015

Roscón de Reyes, con nata, crema y mucha imaginación

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Artículo publicado en Ibañeza.es
Lo que tengo claro, desde hace unos cuantos años que vivo aquí, es que la imaginación de los bañezanos no tiene límites; quien no me crea que eche un vistazo a nuestra fiesta más popular -el carnaval- y verá que no exagero. Pero hoy no voy a hablar de caretas ni disfraces, que para hablar del carnaval nos quedan muchos días y todavía hemos de quemar los últimos cartuchos de la Navidad que, aunque están tocando a su fin, todavía le quedan algunos coletazos.
Decía que la imaginación de los bañezanos no tiene límites, y es que al filo de la fama merecida que ha adquirido el roscón de Reyes en todos los rincones de España, nadie quiere quedarse sin probar uno de esos roscones con apellido bañezano que cruzan todas las fronteras gracias al boca a boca, a la repercusión mediática y a ese deseo de ser el ganador del atractivo premio que contiene. Es mencionar la palabra ‘roscón’, y da igual que sea de nata que de crema; enseguida se piensa en La Bañeza, aunque estos días los hagan en las confiterías de toda España y la receta sea la misma o similar.
Pero cada confitero tiene su truquillo y en La Bañeza todos tienen esa idea original para llamar la atención del consumidor, así en cada establecimiento que fabrica el típico dulce navideño entre sus ingredientes queda un lugar para la imaginación para ofrecer cada año a sus clientes suficientes razones para adquirir el suyo y no el de otra firma comercial. Y saben que el cliente, siempre sobrado de inteligencia, tiene sus gustos, razones o manías y la libertad de elegir el rosco que se llevará para su casa.
Y es que, como clientes hay de todos los gustos, llegar a todos no es tarea fácil. Unos se dejan guiar por el más llamativo – económicamente hablando- y apuestan por la tradición al tiempo que sueñan con ser poseedores del suculento vale de los 6.000 euros. Otros, seducidos por la magia de su eslogan –ese que dice que es el más rico del mundo-, prefieren esquivar las colas y apostar por un roscón con figurita de las de toda la vida y que el único premio sea la calidad empleada en la materia prima, además de un atractivo descuento en la compra.
Pero La Bañeza en estas fechas se convierte cada año en el punto de referencia en roscones. Hay maestros confiteros que pasan más desapercibidos aunque de sus obradores también salen roscones de gran calidad, quizás porque se solidarizan con los más necesitados, por ser un claro ejemplo de apuesta por la perfección sin más incentivo que la demostrada en los años de experiencia, otros con vales para canjear en establecimientos de la ciudad y apoyo al comercio local o escondiendo vales de jamones entre la masa.
La cuestión es que en La Bañeza cualquier idea es posible a la hora de incentivar las ventas y seducir al cliente indeciso y, cuando de roscones de Reyes se trata, está demostrado que la iniciativa la llevan los empresarios bañezanos, que no hay nada que se les ponga por delante. Sólo tienen que repartirse la clientela -cada vez mayor- y hacer de su roscón o de cualquier otro artículo ese objeto de deseo del cliente indeciso. ¿Cómo? A los empresarios bañezanos les sobra imaginación para llegar al cliente; y para hacer que se quede, para siempre.

jueves, 1 de enero de 2015

La nieve, la ilusión y la magia de la Navidad

Imagen de Imagenespedia.com
(Cuento de Navidad) Publicado en Ibañeza.es
María, como todos los niños de su colegio, les había escrito la carta a los Reyes; esa que repartía el paje de su tienda favorita al salir de clase, incluso se había sentado en las rodillas de Papá Noel y le había dicho al oído que este año no quería juguetes, sino leche y comida para su hermanito pequeño y una gran nevada para retenerla en su retina y jugar con su papá haciendo muñecos de nieve. Le había hecho prometer que los juguetes se los llevaría a otros niños que no tuvieran, porque ella no los necesitaba.
Sospechaba que este año tanto Papá Noel, como los Reyes Magos no pasarían por su casa porque no había pedido nada y como había oído algo sobre la procedencia de los regalos, era prudente a la hora de soñar. Su padre llevaba sin trabajar casi dos años y, dada la situación económica por la que estaba atravesando su familia no podría esperar regalos, aunque nada le impedía soñar con las muñecas más llamativas del catálogo y con algunos de los juguetes que veía cada día al ir al colegio en la juguetería.
-Este año la Navidad será distinta- se decía a sí misma María una y otra vez. Desde su sentido común, conocía la situación familiar como una persona mayor y sólo podía pensar en la trágica situación que se estaba haciendo demasiado larga, pero su mente de nueve años, la invitaba constantemente a soñar con la magia de la Navidad, ilusionarse y quedarse mirando cada día el escaparate de la tienda de juguetes, como lo haría cualquier niña de su edad.
-No podré dejarle leche a los camellos, ni turrones a los Reyes, ni me levantaré mañana corriendo esperando encontrar algún regalo bajo el árbol- pensaba María, limpiándose una lágrima que resbalaba por su mejilla. Su madre la miraba desde la cocina, mientras hacía unos tediosos arreglos de costura por unos pocos euros y pensaba en “algo” para poder hacerle un muñeco de trapo, o una fofucha de esas tan bonitas. –Si tuviera internet, podría encontrar algún DIY para quitarle esa melancolía del rostro y darle una sorpresa- pensaba, pero no puede ser, y no se me ocurre nada.
La mañana de Navidad María se despertó temprano y se asomó a la ventana para ver si había nevado, -era el regalo que había pedido esta Navidad-, y una gran sonrisa iluminó su rostro cuando vio un gran manto blanco sobre los tejados. Ahí estaba su regalo: jugar en la calle, construir un muñeco de nieve gigante con la ayuda de su padre y organizar una batalla de bolas de nieve y patinar y, y, y… De pronto se fijó en una caja que había en la entrada de casa, la rodeó con sus brazos y no pudo contener las lágrimas al ver, dentro de la caja, la muñeca del escaparate.
-La magia de la Navidad- pensó María y salió a la calle, feliz, con su muñeca fijándose en las huellas de unas botas marcadas en la nieve. Pensó que había sido Papá Noel quien, contra sus sospechas, había visitado su casa como cada Navidad, decidió seguir el rastro de las pisadas para ver dónde se dirigían, y llegó a la tienda de juguetes justo en el momento en que Elena y Jose, los dueños de la tienda, se quitaban las barbas y la vestimenta roja para dirigirse a su casa. Ya no le quedaba ninguna duda. Era demasiado evidente que ellos habían dejado la muñeca en casa poco antes del amanecer; por si a Papá Noel no le daba tiempo.